En mi vida misionera he tenido, algunas veces, el apoyo de religiosas misioneras. En mi parroquia de los Andes no había religiosas, pero en las otras parroquias de Arequipa o Lima tenemos varias comunidades de religiosas. Ellas son un apoyo fundamental en la vida parroquial. Pero quiero recordar en este momento a aquellas religiosas que me acompañaron en una gira apostólica por la selva. Fueron días en los que estaba de vacaciones y fui a visitar la selva y, en una de sus salidas, las acompañé para ayudarlas con mi ministerio sacerdotal. Después de varias horas, llegamos a un caserío perdido en medio de la floresta. Solamente una vez al año iba el sacerdote a visitarlos.
Se celebraba la fiesta patronal y tuve que celebrar varias misas, muchos bautismos y algunos matrimonios. Pero me encantaba conversar con la gente sencilla. Entonces, me di cuenta de que las religiosas eran muy queridas por todos y que, hasta los indígenas de las tribus alejadas de la civilización, venían a buscarlas para pedirles ayuda. A veces, era ayuda material; porque eran muy pobres. Otras veces, era ayuda para sus enfermedades, porque en aquellos lugares no hay médico ni enfermeros. Las religiosas eran como mamás, que a todos daban cariño, ayuda y consuelo.
¡Cuánto bien hacen las religiosas en aquellos lugares! Yo las admiraba por su entrega y dedicación. Y se daban tiempo para atenderme, haciéndome mi dieta especial para mi estómago delicado. Y tenían tiempo para estar pendientes de cualquier cosa que pudiera necesitar. Eran también para mí como madres, que me atendían.
Todavía las recuerdo, caminando entre al barro y sudando; y haciendo parada para descansar en la casa de un buen hombre a medio camino, donde pudimos tomar un buen refrigerio. Y no olvidemos que los mosquitos y el calor y el sudor, donde no hay ninguna clase de facilidades, eran un tormento permanente. Pero siempre se las veía alegres. Incluso, aprovecharon mi estadía para confesarse y tener alguna misa a solas con Jesús, porque ellas también necesitan de la oración para tomar fuerzas para continuar el camino de su entrega.
En este momento, quiero agradecer también a tantas religiosas contemplativas, que con su vida, su oración, sus sacrificios y su amor, son la retaguardia de apostolado sacerdotal. ¡Cuántas bendiciones habré recibido de Dios y las habrán recibido todos mis feligreses a través de las religiosas, que rezan por mí y por quienes Dios me ha encomendado. Ellas son misioneras desde su convento.
A todas ellas mi admiración y mi agradecimiento.