En todos los lugares, donde he ejercido mi ministerio sacerdotal, he procurado inculcar un gran amor a María, sabedor de que María nos lleva a Jesús y que Ella es el camino más rápido, más fácil y más seguro para llegar a Jesús. Desde que era muy niño me consagré a María. En el Seminario vivía con especial ilusión el mes de mayo, mes de María. Y siempre he tenido alguna imagen de María en mi habitación. Durante los dos años que estuve en crisis, dejé de rezar el rosario, que creía era una repetición monótona de Avemarías. Pero, cuando superé esta crisis, mi amor por María aumentó, pues creí que Ella había salvado mi sacerdocio a través de la oración de las religiosas.
Desde entonces, siempre he rezado el rosario completo. Nunca me olvidaré de los dos viajes que hice a Fátima (Portugal), uno de seminarista y el otro después de haber vivido cinco años en el Perú. En este último, celebré la misa con especial fervor, renovando mi consagración a Ella. Por algo mi nombre religioso es Fray Angel Peña de la Virgen de Fátima. Algo parecido puedo decir de mi visita al santuario de Lourdes en Francia. Me entusiasmó la procesión de las antorchas y la misa por los enfermos. Volví renovado y con más amor a María. Otra experiencia, que siempre recuerdo, fue mi visita al santuario de El Pilar de Zaragoza, en España, celebrando la misa en el altar de San Antonio de Padua y besando el pilar bendito.
Durante mi estancia de 16 años en Arequipa, fundé la Legión de María, que con 17 grupos era el grupo más fuerte y dinámico de la parroquia. Por ser una parroquia eminentemente mariana, fomentaba el amor a María con el rezo del rosario y repartiendo estampas, medallas, revistas, etc. El primero de mayo era el día de fiesta parroquial; ese día venían de distintos lugares de Arequipa, quizás unas treinta mil personas. Y muchas otras durante todo el mes de mayo.
En mis tiempos de misionero en la sierra peruana construí, en la casa parroquial, una gruta a la Virgen de Lourdes, y en mis correrías apostólicas les hablaba de mis tres amores: Jesús Eucaristía, María y el Ángel custodio. En el templo parroquial coloqué una imagen nueva de María. Y, antes de las misas de la noche, les enseñaba a los niños diversas canciones entre las que no podían faltar canciones a María. María siempre me acompañaba en las correrías apostólicas por medio de alguna estampa y, sobre todo, siempre la llevaba en mi corazón. Ella me cubría con su manto y me cuidaba como buena madre de las tentaciones y a Ella le debo todos mis éxitos misionales, pues todo se lo encomendaba y todo se lo ofrecía, ya que estar consagrado a María significa ser de María y, por María, ser de Jesús. ¡A Jesús por María!
Cuando escribí el libro Apariciones y mensajes de María se lo dediqué especialmente a Ella y compuse en su honor la canción que está al final del libro. En esta canción se dice: Soy de María, soy de Jesús y quiero serlo por siempre jamás. Amén.