Ayer tuve un sueño que me hizo feliz. Estaba sentado en mi barca a la orilla del mar. Me encontraba triste y con pena por tantos problemas que debía afrontar. El horizonte se veía negro, anunciando una horrible tempestad. Y, en ese momento, cuando más indeciso y confundido me encontraba, sin fuerzas para nada... vi a Jesús, caminando por la playa, acercándose a mí.
Venía sonriente y, al llegar, me tendió la mano y, sin preámbulos, como si fuera un amigo de años, me dijo: Boga mar adentro hasta alta mar, allí encontrarás un tesoro que tengo reservado para ti. No temas, yo estaré contigo y vencerás la tempestad.
Yo me emocioné, parecía que todos los problemas hubieran desaparecido, ya no tenía miedo al porvenir, las dudas habían desaparecido y una paz y un seguridad divinas llenaron mi espíritu. Jesús estaba conmigo. Lo miré a los ojos y vi en Él un amor tan grande por mí, una ternura tan inmensa, una mirada tan cariñosa, una alegría tan contagiosa, que le dije sin vacilar: Señor, ahora mismo me lanzo mar adentro. No tengo miedo a la tempestad, porque sé que Tú vas conmigo. Estoy ansioso de descubrir ese tesoro que Tú tienes reservado para mí.
Al instante, Jesús desapareció de mi vista y yo comencé a remar con desesperación, pense que podría alcanzar el tesoro en unos minutos, pero el tiempo pasaba las horas se hacían más largas, comenzaba a llover y el frío, la lluvia y el viento, me hacían temblar. El mar arreciaba cada vez más fuerte, sentía marearme, no podía controlar mi barca y el cansancio me dominaba. A veces, las dudas y las tinieblas me envolvían y pensaba que todo era un sueño imposible, pero recordaba los ojos divinos de Jesús a la orilla del mar y su recuerdo me infundía nuevas esperanzas.
Así continué por horas y horas, no sé cuántas. Me desanimaba, pero el pensamiento de Jesús me confortaba. Yo me dejaba llevar por las olas, incapaz de gobernar mi barca. Hasta que llegó el momento, cuando menos lo pensaba, en que, de pronto, vi algo en la superficie. Era un cofre pequeñito y algo muy dentro de mí me dijo que ese era el tesoro. Lo tomé en mis manos, lo miré despacio y un sentimiento de desilusión me invadió.
¡Qué pequeño debe ser el regalo! Había soñado con grandes cosas y... no podían estar dentro. Lo abrí expectante y fue mayor aún mi desilusión. No había nada dentro. Digo sí, había un pequeño papelito. Lo tomé con desgana y lo leí. Decía así: Deja en ese cofre todo lo negativo que llevas dentro: tus pecados, tus miedos, tus enfermedades, deja todo lo que no te gusta de ti mismo en este cofre y échalo al mar. Yo me haré cargo de ello y ya no llevarás más su pesada carga. Confía en mí. Soy tu amigo Jesús.
Una gran paz inundó mi alma. Allí mismo le hice entrega a Jesús de mis miedos, pecados y debilidades. Allí hice la mejor oración de entrega de mi vida a Jesús y me sentí feliz. Jesús era el dueño de todo lo malo que había en mí y Él se iba a encargar de todo. Me desperté feliz y le dije:
Gracias, Jesús, por tomar mis pecados y debilidades.
Gracias, por hacerte cargo de todo lo negativo que hay en mí.
Gracias, por llevarme de la mano por la vida.
Gracias, porque sé que puedo confiar en Ti
y gracias por esta paz, esta alegría y este amor que has derramado en mi corazón y gracias también por María.
P. Ángel Peña O. A. R.
Agustino Recoleto