PROMOCIÓN VOCACIONAL--Hacia la santidad




Estoy convencido plenamente que vale la pena ser sacerdote y, si mil veces naciera, mil veces me haría sacerdote. El sacerdote no es un hombre cualquiera, porque nadie puede celebrar la misa ni absolver los pecados, por más que haga las mismas cosas y diga las mismas palabras. Él ha sido escogido por Dios para ser su instrumento y ningún otro puede hacer que Cristo le obedezca y se haga presente en el pan y el vino ante las palabras de la consagración. Por eso, Hugo Wast decía: “Un sacerdote hace más falta que un rey, más que un militar, más que un banquero, más que un médico, más que un maestro, porque él puede reemplazar a todos y ninguno puede reemplazarlo a él”. Y el santo P. Pío decía muchas veces: “Es más fácil que el mundo viva sin el sol que sin la misa”. Y no hay misa sin sacerdote. Por eso, en mi vida sacerdotal me he preocupado mucho de promover las vocaciones sacerdotales y religiosas.

Pero ¡qué tristeza se siente al ver tantos lugares alejados sin sacerdotes o parroquias de cuarenta, o cincuenta, o cien mil habitantes con un solo sacerdote! ¡Y pensar que en el mundo hay unos cien mil sacerdotes que abandonaron su ministerio sacerdotal en los años de crisis!

Por eso, hay que orar mucho por esta intención del aumento de las vocaciones. Sin sacerdotes, la moral de los pueblos se va deteriorando. Recuerdo que en una ocasión, visité un caserío que hacía unos diez años que no lo visitaba ningún sacerdote. Me recibieron con mucha consideración, pero veía con tristeza que muchos eran indiferentes y no acudían a la misa. Por eso, hice el propósito de rezar todos los días en la misa por las vocaciones sacerdotales y religiosas y lo estoy cumpliendo después de muchos años.

Con frecuencia, les pregunto a los niños si quieren ser sacerdotes o religiosas y, cuando veo a alguno más dispuesto le digo: “Yo estoy viejo y necesito repuesto, ¿quieres ser mi sucesor?” Esta costumbre la he adquirido, porque cuando era un joven seminarista, un sacerdote me dijo a mí: “Yo pronto voy a morir y quisiera que tú fueras mi sucesor en el sacerdocio, ¿aceptas?” Y yo le dije que sí.

Por supuesto que lo que más anima a seguir este camino es el buen ejemplo de los propios sacerdotes, verlos alegres y entregados a su vocación. Pero no faltan muchos padres de familia que prefieren que sus hijos sean barrenderos antes que sacerdotes. Me he encontrado con personas que sentían en su vida un gran vacío por no haber seguido la vocación sacerdotal o religiosa, a la que se sentían llamados en su juventud. No puedo olvidarme del caso de aquel joven que tenía las maletas listas para irse al seminario, pero su padre le lloró y le pidió que no se fuera. Y para no darle un disgusto y para que no “muriera” de pena, no se fue, a pesar de ser mayor de edad. Hasta ahora se lamenta.

Otros casos he conocido de mujeres que tampoco siguieron su vocación y después se han casado con un buen hombre, pero siguen con un gran vacío interior y desean que alguno de sus hijos pueda seguir este camino.

Oremos mucho por las vocaciones y animemos a los jóvenes que veamos bien dispuestos. Una de las cosas que más me ayudó, cuando era niño a escoger este camino, fue el leer libros de Tierras lejanas, libros en los que se relataban aventuras de misioneros en tierras de misión. Pidamos a Dios que escoja a algún miembro de nuestra familia y colaboremos en esta tarea con nuestro dinero y con nuestra oración, especialmente el día del DOMUND (domingo mundial de las misiones) o los días especiales de oración por las vacaciones.

Que Dios los bendiga por esta buena acción.