En el hospital-Hacia la santidad


No todo ha sido color de rosa en mi vida misionera. Varias veces, he tenido que ser ingresado al hospital por motivos de salud. En esos momentos, en los que me sentía muy débil, con frecuencia, no tenía ganas de rezar y ni siquiera de sonreír.

Eran momentos en los que uno toca fondo y siente toda la debilidad de su ser humano, que puede romperse en cualquier momento y puede irse al otro mundo.

Pero, aún en esos momentos difíciles, procuraba acordarme de mi ángel para que me acompañara y me ayudara. Ofrecía mis sufrimientos a Jesús, como flores de amor, aunque quizás no siempre con la alegría que debiera. Soy consciente de que soy muy débil ante el dolor, pero sé que tiene mucho valor ante Dios. Por eso, trato de ofrecerlo, aunque, por otra parte, deseo que todo pase pronto y así recobrar lo antes posible la salud. Pero, en medio de mi debilidad, procuro ser un enfermo misionero, sabiendo que, hasta el dolor y la debilidad, ofrecidas con amor, sirven para la salvación del mundo.

Muy especialmente, me acuerdo de una vez que estuve enfermo con hemorragias de estómago y tuve que estar dos meses en descanso. Durante esos dos meses, celebraba la misa yo solo, sentado, porque no tenía fuerzas ni para celebrar de pie. Iba a la capilla a orar, aunque con frecuencia me dormía. Sentía frío, mi estómago no estaba bien y hasta me aburría estar en cama. Me sentía como un pobre inútil, mientras mis hermanos tenían que hacer solos todo el trabajo.

En otra oportunidad, fue algo totalmente diferente. Se me paralizó una cuerda vocal y no podía hablar normalmente. Sufría, porque, para hablar fuerte, me salían gritos. Tuve que buscar una señora foníatra para hacer ejercicios de voz, pero pasé dos años sin poder celebrar la misa en público y sólo me dedicaba a confesar, pues el hablar en voz baja me era más factible, aunque con dificultad. Era, pues, un cero a la izquierda en la comunidad, sólo era un enfermo misionero, cuando yo hubiera querido estar sano y fuerte para trabajar como los demás hermanos, pero los caminos de Dios son diferentes.

Por eso, he aprendido a ver la mano de Dios en todo y saber aceptar su voluntad, pues de nada sirve rebelarse contra las situaciones adversas o enfermedades, que pueden tener un valor enorme sobrenatural, si las ofrecemos con amor. 

Ahora ya no puedo trabajar en la Sierra o en la selva, mi trabajo especial es como enfermo misionero y hacer lo que puedo en las tareas parroquiales.

¡Dios sea bendito!

Hacia la santidad
P. Ángel Peña O. A. R.
Agustino Recoleto