10.-Cantando con los ángeles. En la selva. Frente al mar. Con Jesús Eucaristía

 CANTANDO CON LOS ÁNGELES



Era un día caluroso y yo viajaba a caballo hacia un caserío distante, donde me esperaban para la misa. A medio camino, nos detuvimos yo y mi acompañante para tomar un descanso. Estábamos rodeados de montañas y yo pensaba en los ángeles que nos rodeaban. Pensaba: ¡Cuántos ángeles habrá por aquí! y quise sentirme rodeado de ángeles y le pedí al Señor que me enviara millones y millones de sus ángeles para acompañarme en aquel viaje y para que me defendieran de todos los peligros.

Cuando reanudamos la marcha, íbamos en silencio, pero yo estaba en oración y pensando en aquellos millones de ángeles invisibles que me acompañaban. Y me sentía especialmente contento. ¡Es tan hermoso sentirse rodeado de ángeles! Y hablaba con ellos y les sonreía y jugaba con ellos a ver quién amaba más a Jesús. Yo decía: “Señor, te amo con todo mi corazón”. Y me imaginaba que ellos me respondían: “Nosotros te amamos con todo nuestro ser”. 
Y pensaba: “Me ganan, porque son muchos y son más santos que yo”.
 Y yo seguía: “Señor, te amo con el amor de Jesús y de María”. Y ellos decían: “Señor, te amamos con el amor de Jesús y de María y del Espíritu Santo”. 
Y yo respondía: “Señor, te amo con todo el amor que existe y ha existido y existirá en el Universo por siempre jamás”. Y ellos respondían: “Y nosotros te amamos con tu mismo amor de Dios y de todas tus criaturas”.

Creo que quedamos empate, pero me sentí feliz de estar tan bien acompañado. Cuando tuvimos nuestro segundo descanso, me di cuenta de que había un eco formidable en aquel lugar. 
Entonces, les invité a los ángeles a alabar a Dios conmigo. Les dije: “A ver quién grita más fuerte”. Yo decía con toda mi voz: “Dios mío, yo te amo” y el eco de los montes repetía “Dios mío, yo te amo”. 

Y así, diciendo palabras de amor a Dios, seguí unos momentos. Mi acompañante me miraba, sonriendo... ¿Y los ángeles? Creo que también participaron, aunque no pude oír su voz. Y me imaginé que, como la vez anterior, también habíamos quedado empate.

Después, continuamos el último tramo del camino y me imaginaba a los ángeles, cantando como aquella noche de Navidad. ¡Qué bello debe ser el canto de los ángeles, de millones de ángeles, a la vez! Por la noche, a la hora de la misa, rodeado de aquellos campesinos humildes, me volví a sentir rodeado de ángeles. En el momento de la consagración, me imaginaba que estaban de rodillas adorando a su Dios, recién nacido, en aquella chocita del último rincón del mundo.

¡Que felicidad vivir en íntima unión con los ángeles! Creo que el Padre Dios me sonrió aquella noche, en aquella chocita de barro durante la misa, pues le recordaría la noche bella y hermosa de la Navidad en la cueva de Belén. Y creo también que los ángeles cantarían hermosas canciones al niño Dios.

EN LA SELVA

Recuerdo aquel día en que fui con otro sacerdote a visitar la selva. Llegué a bordo de una pequeña avioneta hasta lo más lejano de su parroquia. Después tuvimos que caminar dos horas hasta llegar al lugar donde nos esperaban. Nunca me olvidaré de aquel viaje de bendición. Hicimos un recorrido en lancha por el río para visitar a otros poblados machiguengas en plena selva. Fue algo delicioso y encantador para mí, porque era algo nuevo. Disfrutaba de verdad ante aquel paisaje cautivador, que se extendía a lo largo de las márgenes del río. Los tucanes y las chicharras nos acompañaban con su canto, el cielo estaba hermoso y todo era tranquilo en aquella jornada. Y yo alababa a mi Dios por tantas maravillas.

Cuando al atardecer, celebré la misa, mientras el otro sacerdote confesaba, me sentía feliz de ser sacerdote y poder celebrar el gran misterio de la Navidad en aquella chocita humilde, pero en donde también estaba el mismo Dios encarnado en la hostia consagrada. Los niños me miraban con ojos abiertos y yo les sonreía. Sí, Dios bajó hasta nosotros aquella noche en plena selva, como si hubiera querido ser uno de nosotros. Aquel día era como si Jesús nos dijera que él también era un indio entre los indios de la selva y que podían abrazarlo en la comunión como a una amigo de verdad, que se dejaba querer y los amaba con todo su corazón.

Al anochecer, me fui a orar junto al río y allí, a solas con Dios, sentí su amor y su presencia como quizás nunca antes en mi vida. Sentí que Jesús estaba allí conmigo, sentí que me amaba y que estaba feliz de estar conversando conmigo en aquel rincón del mundo. Sentí que Jesús era mi amigo de verdad y nos prometimos amor eterno, sin condiciones, para siempre. Desde entonces, Jesús ha sido más real en mi vida y, cada vez que celebro la misa, lo miro entre mis manos y recuerdo aquel día en que me hizo sentir su presencia en un poblado machiguenga en un lugar lejano de la selva. Allí estaba Él esperándome y yo me emocioné al sentir su amor en el silencio sonoro de la selva, entre los ruidos de la noche y el murmullo de las aguas del río, que me invitaba a orar. Gracias, Señor, por haberme hecho sacerdote.

FRENTE AL MAR


Señor, me encuentro en el Peñón de Vélez de la Gomera en las costas marroquíes, y soy el capellán de un destacamento militar español. Hace un día espléndido en este mes de noviembre. Y yo siento una alegría intensa e inexplicable al ver el mar tan manso y apacible que parece que tuviera miedo de besar las playas. Miles de peces he visto desde los acantilados y ahora me siento feliz, contemplando el horizonte sin límites.

 Las gaviotas planean con destreza y se posan en el mar, y después se dirigen raudas hacia la altura. ¡Qué bonito es ver volar a las gaviotas! ¡Qué bello es el atardecer, cuando el sol deja una estela roja sobre el horizonte! Aquí he disfrutado de los atardeceres más bellos de mi vida, llenos de poesía y de oración. ¡Cuántos días, al ir a celebrar la misa, disfruto del atardecer y después celebro la misa a solas con Jesús, pues apenas dos soldados me acompañan. Pero ¡qué importa, si la misa es la misa de Jesús y yo soy su ministro, y podemos celebrar unidos el gran misterio de la redención!

 ¡Oh Jesús, cuántas veces he sentido deseos de ser santo y amarte con toda mi alma al disfrutar de las bellezas de la naturaleza! No solamente en este Peñón, cuando veo a los delfines jugando y saltando sobre el agua, también he sentido esta misma alegría entre las montañas de la sierra del Perú al ver a los huacamayos con sus lindos colores o al ver el maravilloso panorama de la selva desde la altura del avión.

Señor, tú estás aquí conmigo y me siento feliz de tu presencia. Tú eres mi amigo y yo te amo. Gracias por haberme escogido y por quererme tanto.

Me siento muy débil y pequeñito ante el dolor y ante los problemas y fracasos de la vida diaria, pero Tú, Señor, lo puedes todo. Hazme santo, y gracias por este día tan maravilloso, por los buenos musulmanes que son mis amigos, por las montañas que se ven a lo lejos y que ponen un fondo de leyenda a este rincón de ensueño. Gracias por los delfines y las gaviotas, por el sol y las montañas, por el cielo y por el mar. Gracias por decirme que me amas a grandes voces a través de este paisaje tan hermoso. En este momento, me comprometo a dejarte obrar en mí y a dejarme amar por ti para que puedas llevarme a la santidad.

CON JESÚS EUCARISTÍA



Señor, te doy gracias por todas las veces que, a lo largo de mi vida, he podido estar a tus pies, adorando tu presencia y agradeciendo tu amor. Quiero agradecerte, especialmente, por todas las veces en que me has hecho sentir tu presencia de manera sensible. Han sido muchas veces en las que, de modo callado, pero sensible, me has hecho sentir tu amor y tu bondad. Por eso, puedo decirte que Tú eres el Señor y dueño de mi vida. Tú el centro y el Señor de mi existencia.

¿Te acuerdas de aquel día en que estaba enfermo en la clínica y me fui a la capilla a rezar? Me pase un par de horas tranquilo, contento y con mucha paz.

Y, cuando estaba en Pimpincos, y me iba a tocar la campana y a preparar las cosas, antes de la misa, y me quedaba unos momentos contigo... Parecían momentos de gloria. Y, cuando en el Peñon de Vélez, iba a celebrar la misa y miraba al sol del atardecer... Parecía como si tú estuvieras visiblemente presente en aquel sol maravilloso, que se ocultaba.

Señor, es cierto que, muchas veces, me he dormido a tus pies, llevado por el cansancio o la falta de sueño o la enfermedad. Pero sé que tú me sonreías desde el sagrario e irradiabas tus rayos de luz sobre mí.

¡Oh Jesús Eucaristía, centro de mi vida y amor de mi alma. Sin Ti no podría vivir. Por eso, quiero unirme a tus ángeles y santos para adorarte cada día. Quiero ser tu amigo. Ayúdame a cumplir el compromiso que hice contigo aquel día, estando en Arequipa, de pasarme todos los días, al menos, una hora extra a tus pies junto al sagrario.

Señor, recibe mis pecados, mis sufrimientos y debilidades y haz que sea tu amigo de verdad. Te ofrezco mi vida, te ofrezco mi amor con todos los besos y flores de mi corazón. Amén

P. Ángel Peña O. A. R.
Agustino Recoleto