Sin embargo, en la Biblia nunca se oye hablar de mujeres que vayan a las montañas. ¡Gran misterio es este! ¿Sabes por qué?
Porque las mujeres estaban demasiado ocupadas manteniendo la vida en marcha: no podían abandonar a los bebés, a los ancianos, las casas, la limpieza, las comidas... y las mil ocupaciones diarias de las que habla el libro de los Proverbios (31,10-31).
¡Como para subir a las montañas!
Un día una mujer se lamentaba a su confesor por no disponer de tiempo libre para subir a las montañas y entrar en comunión con Dios. La respuesta que recibió la consoló y la pacificó:
“Los hombres tienen que sudar y sufrir escalando montañas para poder encontrarse con Dios, pero Dios viene a las mujeres donde quiera que ellas estén”.
De hecho, en las Escrituras Dios sale a su encuentro en los pozos (Rebeca, Séfora, Samaritana); en sus casas (Marta y María), en sus cocinas y ocupaciones (Rut, Ana, María, Isabel).
Él viene a ellas mientras se sientan al lado de las camas de los enfermos, cuando dan a luz, cuidan a los ancianos y asisten a los duelos.
Incluso en la tumba vacía María Magdalena fue la primera en presenciar la Resurrección de Cristo. Ella estaba allí porque estaba haciendo la tarea femenina de preparar adecuadamente el cuerpo del Señor para el entierro.
En estas cosas aparentemente mundanas y en tareas ordinarias, las mujeres de las Escrituras se encontraron cara a cara con la divinidad.
Entonces si alguna vez comienzas a lamentar el hecho de que no tienes tanto tiempo para estar en las montañas con Dios como quisieras, recuerda: Dios viene a las mujeres.
Él sabe dónde estás y las cargas que llevas. Él te ve y, si abres los ojos y tu corazón, lo verás incluso en los lugares más comunes y en las cosas más sencillas.
¡Los hombres van a Dios... pero Dios viene a las mujeres!
OCTAVA ESTACIÓN
Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén
V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Lucas 23, 28-31
Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: «dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado». Entonces empezarán a decirles a los montes: «Desplomaos sobre nosotros»; y a las colinas: «Sepultadnos»; porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?
MEDITACIÓN Oír a Jesús cuando exhorta a las mujeres de Jerusalén que lo siguen y lloran por él, nos hace reflexionar. ¿Cómo entenderlo? ¿Se tratará quizás de una advertencia ante una piedad puramente sentimental, que no llega a ser conversión y fe vivida?
De nada sirve compadecer con palabras y sentimientos los sufrimientos de este mundo, si nuestra vida continúa como siempre. Por esto el Señor nos advierte del riesgo que corremos nosotros mismos. Nos muestra la gravedad del pecado y la seriedad del juicio.
No obstante todas nuestras palabras de preocupación por el mal y los sufrimientos de los inocentes, ¿no estamos tal vez demasiado inclinados a dar escasa importancia al misterio del mal? En la imagen de Dios y de Jesús al final de los tiempos, ¿no vemos quizás únicamente el aspecto dulce y amoroso, mientras descuidamos tranquilamente el aspecto del juicio? ¿Cómo podrá Dios –pensamos– hacer de nuestra debilidad un drama? ¡Somos solamente hombres!
Pero ante los sufrimientos del Hijo vemos toda la gravedad del pecado y cómo debe ser expiado del todo para poder superarlo. No se puede seguir quitando importancia al mal contemplando la imagen del Señor que sufre. También él nos dice: «No lloréis por mí; llorad más bien por vosotros... porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?»
ORACIÓN
Señor, a las mujeres que lloran les has hablado de penitencia, del día del Juicio cuando nos encontremos en tu presencia, en presencia del Juez del mundo. Nos llamas a superar un concepción del mal como algo banal, con la cual nos tranquilizamos para poder continuar nuestra vida de siempre.
Nos muestras la gravedad de nuestra responsabilidad, el peligro de encontrarnos culpables y estériles en el Juicio. Haz que caminemos junto a ti sin limitarnos a ofrecerte sólo palabras de compasión. Conviértenos y danos una vida nueva; no permitas que, al final, nos quedemos como el leño seco, sino que lleguemos a ser sarmientos vivos en ti, la vid verdadera, y que produzcamos frutos para la vida eterna (cf. Jn 15, 1-10
).
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Tui Nati vulnerati,
tam dignati pro me pati,
poenas mecum divide.
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