Vivir en un país pobre puede ayudar a sentirte más solidario con los pobres, al ver tantas necesidades materiales, cuando uno lo tiene todo. En Arequipa, organicé un comedor para los alcohólicos, que deambulaban por las calles y que se dedicaban a robar para vivir. Eran unos cuarenta y les hacía cantar y rezar. Ciertamente, tenían un fondo bueno, pero había que corregirles muchas cosas y debíamos tener mucho cuidado, porque, si nos descuidábamos, nos robaban hasta los platos y cubiertos.
Incontables veces he repartido ropa, víveres, medicinas y otras cosas a gente pobre, aunque muchas veces también, tratan de engañar para que se les dé más. Pero hay que aceptarlos con sus defectos y quererlos y ayudarlos a amar más a Dios y a ser más responsables en su vida privada, con su propia familia. Muchas veces, he visto a niños pequeños trabajar, vendiendo caramelos, limpiando coches o limpiando zapatos.
Y, cuando les compraba algo o les ayudaba y les sonreía, veía en sus rostros una alegría nueva y me decían invariablemente: Gracias, Padre. Muchos de ellos, son de familias muy pobres, algunos se han escapado de su casa, porque les pegaban. Uno de estos niños se dedicaba a cantar en los autobuses públicos, y, después, les vendía caramelos a los pasajeros. Le ayudé mucho a superarse y nos hicimos muy amigos. Otro día vino a verme un limpiabotas y le di una ayuda. Él se quedó tan contento que me dijo: Voy a ir a mi tierra y, cuando vuelva, le voy a traer un queso de los buenos.
En otra oportunidad, iba en coche por la ciudad de Lima y vi en la acera a un hombre pobre, con la cabeza baja y que parecía muy triste. Yo lo miré y le dije, sonriendo: Que Dios te bendiga, hermano. Él me miró y me contestó: Gracias, Padre. No hubo tiempo para más, el coche arrancó y lo perdí de vista, pero me sentí muy contento y todo el día pensé en él y recé por él.
Mucha gente viene a la parroquia casi todos los días a pedir algo, sobre todo en Navidad, que es el tiempo en que más víveres repartimos a las familias y juguetes a los niños. Y da gusto ver sonreír a los niños pobres, aunque sea con un chocolate o con un caramelo. Algunos días viene a vender caramelos a la puerta del templo una mujer, que tiene cinco hijos. Siempre procuro ayudarle y le recomiendo que no los deje sin estudiar y de darles buen ejemplo.
Los campesinos pobres que viven en la Sierra, lo que más sienten es no tener un futuro prometedor en su tierra y tienen que emigrar a las grandes ciudades con todo lo que ello supone. Muchas veces, se alejan de la Iglesia o se dedican a los vicios, si no les va bien y no encuentran un trabajo. Otros se quedan en las montañas, pero tienen que sufrir muchas penurias, sobre todo, en los años en que hay sequía o hay demasiada lluvia y los ríos se desbordan y se interrumpen las carreteras...
Personalmente, quiero agradecer a Dios por tantas experiencias que me han hecho madurar y me han abierto al amor de mis hermanos. En este momento, estoy pensando en tantos campesinos que he conocido y que me han querido y me ofrecieron su amistad sincera. Campesinos comprometidos, hermanos del apostolado y tantos otros en los diferentes grupos de las parroquias donde he trabajado en Lima y Arequipa. Hermanos de la Legión de María, carismáticos y neocatecúmenos, cursillistas de cristiandad, de encuentros matrimoniales, de grupos juveniles o de adultos o de ancianos o de novios o de niños. A todos va mi agradecimiento sincero y mi oración.