Por Laura Aguilar Ramírez
Para Puntadas de familia
Hace poco tuve la oportunidad de ser invitada al festejo de un cumpleaños. Gracias a Dios me invitan a varios a lo largo del año.
Eso dió pie para ésta reflexión.
Recordé mi vida en mi infancia y mi adolescencia.
Cuando niña viví muy cerca de Dios. Primero en un internado dirigido por religiosas. Bellos momentos, pero estaba muy pequeña para valorarlo. Tenía 5 años.
Posteriormente, en otro internado, ésta vez dirigido por una persona que trabajaba y que decidió dedicar su vida al cuidado y guía de niñas y adolescentes. Era católica y aunque no nos echaba sermones acerca de Dios, nos enseñó a orar todas las noches antes de dormir, nos llevó a algunas misas en una bella capillita cercana al internado, llevó a las niñas a prepararse para su Primera comunión.
Esa labor es la que sembró en mi alma la semilla de la fé. Recuerdo la belleza de las misas, los cantos, recuerdo que veía a las religiosas y era como ver algo hermoso, salía de ellas algo que atraía.
Después, el encanto se acabó. Dejé el internado a los 12 años y me sumí en el mundo. Viví en busca de algo que no me llenaba, sin saber qué era lo que necesitaba. Asistí a un grupo de NA en ésa búsqueda y tampoco hallé ahí lo que buscaba. Me dejé envolver en una vida de fiestas con alcohol, música, juego y éso me hacía sentir sucia y vacía.
Regresé a estudiar, porque la escuela para mí siempre fué importante. Ahora veo que no era tanto el estudio lo que me atraía de la escuela, sino la época en que la viví. En el internado transcurrió mi primaria y parte de mis estudios secundarios. Eso era lo que añoraba. Estar cerca de Dios, vivir en ése ambiente donde nos ayudábamos unas a otras, jugábamos, estudiábamos, haciamos ejercicio.
Todo éso en paz. Una paz nacida, ahora lo veo, de la oración que diariamente hacíamos en las noches. Nos reuníamos todas frente a la imágen de la Virgen y rezábamos un rosario corto, una oración al ángel de la guarda. Ahora veo que éso nos mantenía y permitía vivir en paz. Y las visitas a la capillita hicieron de ésa época algo hermoso.
En la escuela conocí al que ahora es mi esposo, conocí a su familia que es muy unida. Y creí haber encontrado por fin lo que tanto buscaba.
Y no fué así. El vacío estaba dentro de mí. Un vacio que sólo Dios puede llenar. No importaba que tuviera una vida ideal a la vista de los demás: una casa, un auto, un trabajo que me permitía cuidar a mis hijos, fiestas familiares, paseos familiares. Y éso no me dió la paz y tranquilidad.
Perdimos la casa, el trabajo, todo. Caí en una depresión que me llevó a un intento de suicidio. Y fué entonces que empezó la subida a una vida que añoraba. una vida cerca a Dios.
Me hinqué en una iglesia, oré a Cristo y le dí la dirección de mi vida. A partir de ahí, todo empezó a cambiar. El ha reconstruido mi vida desde dentro mío.
Hubo un tiempo en que me tuve que alejar de todo lo que había vivido, tuve que vaciar de mi vida todo aquello que había ocupado el lugar de Dios: fiestas, vicios como el cigarro, alcohol que aunque fuera de forma social, me afectaba, desveladas sin sentido, conversaciones sin sentido. Escuchar problemas en los que deseaba ayudar, pero o no me sentía capaz de hacerlo, o no lo hacía de la manera más adecuada o no eran escuchados mis consejos aunque fueran buenos.
Implicó alejarme de personas queridas, porque no era capaz de estar en sus vidas y aportar a ellas algo que fuera benéfico. Y empecé a orar por ellos, siguiendo aquello de "No hables al hombre de Dios, habla a Dios del hombre". empecé a orar por mis hermanos, padres, hijos, familiares. Esto siguiendo el ejemplo del Padre Pío. Traté de ayudar a personas que aunque no fueran de mi familia, necesitaban de mí. Conocé así a personas maravillosas, que constituyeron mi nueva familia.
Empecé a vivir una vida escuchando misa, conociendo a personas fieles a ella. Que aunque no nos frecuentamos tanto, nos vemos con gusto cuando nos encontramos, se da ayuda cuando alguien necesita porque está sin trabajo o enfermo, se ayuda en los distintos servicios, se reciben pequeños cursos.
De alguna manera, es como vivir en el internado de mi infancia. Acudimos a limpiar el templo, a adornarlo, a atender el comedor que semanalmente sirve desayunos.
Es bonita la vida en la iglesia, formada por personas de muchas familias, de distintos lugares, unidas por Cristo.
Donde nos alegramos cuando vemos a un niño ser presentado, ser bautizado, hacer su primera comunión. Cuando vemos una boda..y lloramos cuando como recientemente, asistimos a la ceremonia religiosa de una de nuestros miembros. Pero no un llanto desesperanzado como antes, sino un llanto tranquilo, sabiendo que se fué habiéndose confesado, recibido el Sacramento, en paz.
Finalmente, encontré lo que por mucho tiempo busqué.
Eso me lleva a pensar en lo importante que son los sacerdotes que con el poder que Cristo les otorgo, transforman una simple hostia, en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesús.
Lo importante que es la oración de las religiosas, que piden por el mundo.
Lo importante que son los misioneros y las misioneras, que ofrecen sus manos y esfuerzos por el mundo.
Lo importante que es vivir la vida laical de forma sacramental, es decir, ofreciendo nuestras vidas a Dios. Con el bautizo, confirmación, Primera comunión, Matrimonio. Porque en los sacramentos recibimos lo que Adán recibió al ser creado del polvo.
Recordemos que Adán fué creado del polvo y Dios sopló su aliento en él. Es decir, compartió parte de su divinidad a él. Y por lo tanto, también con Eva porque fué creada de la costilla de Adán.
Ellos pecaron y ahora ése hálito divino se recibe en ésos sacramentos. En la Eucaristía, recibimos el Cuerpo, Sangre, Alma y divinidad de Cristo que nos asemeja a Dios Padre.
En ése cumpleaños, pensé en tantos jóvenes que llevan una vida tan vacía como la que yo llevé y que no conocen o han olvidado lo bello que es ser sacerdote o ser religiosa o laico consagrado a Dios.
Y ser un laico consagrado a Dios es alguien que pone a disposición de Dios, su vida.
Todos los días oro: "Hoy te consagro mis ojos, mis oídos, mis labios, mi corazón, mi mente, Señor"
Eso implica no ver lo que no llena el alma, no escuchar lo que pueda dañarla, no decir lo que no sirve más que para ensuciar. Y Dios ha escuchado mi oración y dado paz a mi mente y a mi corazón.
Oremos por las vocaciones sacerdotales, religiosas y laicales consagradas a Dios.
Oremos por la Iglesia