Dejar el hogar

Por Laura Aguilar Ramírez

Para Puntadas de familia


Encontré éste testimonio en mis andanzas cibernéticas y me conmovió, porque soy una más de aquellos que viven lejos del lugar donde nació y creció. Bendito Dios, dentro de mi propio país.



Me conmovió porque soy madre de un hijo que vive lejos del país donde nació y creció. Y si para mí ha sido difícil, estando dentro de mi propio país, puedo imaginar lo difícil que es para mi hijo. Bendito Dios, dejó su país para seguir a la mujer que ama, al país donde ella nació.



Me conmovió porque en éstos tiempos, existen muchos seres humanos lejos de su patria, pero ellos por necesidad, por haber sido expatriados a la fuerza, huyendo de guerras injustas o persecusiones sangrientas.



La reflexión que encontré, habla de los que por diferentes motivos, DECIDIERON dejar su casa, familia, amigos y partieron ilusionados.

Si encontraron o no, lo que buscaban, finalmente tuvieron la libertad de elegir; existen en nuestros días muchos que no tuvieron ésa libertad. Fueron forzados.



Oro por ellos, porque sus ilusiones fueron rotas, su libertad violada y puedo imaginar su desazón e incertidumbre ante su futuro.



Somos muchos los que por diferentes motivos un día decidimos dejar nuestra casa, familia, amigos y amores para irnos a otra tierra a empezar de nuevo. Sin ventajas, sin enchufes, sin apoyo, sólo con la maleta llena de trapos inadecuados para el invierno, ilusiones, un título enrolladito (que sigue enrolladito y sin homologar).



Un bolsillo lleno del dinero reunido durante el proceso de indecisión, y por si acaso, con las groserías bien aprendidas en todos los idiomas posibles, para por lo menos saber cuándo nos estaban insultando.



Muchos quisimos tirar la toalla más de una vez y mandar a donde se merecía al ignorante de turno, agarrar el primer avión cuando no teníamos cerca a nadie que nos hiciera un caldo de pollo para pasar la gripe.



Muchos gastamos todo lo que nos sobraba del sueldo en tarjetas, cibercafés, estampillas, y cuanto medio nos permitiera seguir en contacto con los que se quedaron en casa o con los otros que estaban desparramados por el mundo.



Muchos tuvimos que auto cantarnos el feliz cumpleaños, cenar solos en Navidad, trabajar en Año Nuevo para que el trago fuera menos amargo.



Muchos nos perdimos los momentos importantes en la vida de nuestros seres queridos, no sólo la cotidianidad, sino esos momentos memorables.



Somos los eternos ausentes en las bodas, nacimientos, graduaciones, incluso de los funerales. Nos hemos convertido en facebook-twitter-skype-whatsapp- dependientes, y eso después de haber superado la era de la icq-messenger-postal electrónica-fax-dependencia.



Hemos hecho nuevos amigos, formado una familia o hemos sido adoptados por la de otros. Nos hemos acostumbrado al frío o al calor, a que por estos lugares nadie hace cola para usar el transporte público, a caminar sin aferrar la cartera como si se tratara de la vida, a usar los hospitales públicos, a no dejar la luz encendida, a abrir las ventanas antes que encender el aire acondicionado, a dejar las frutas tropicales para los momentos especiales y atiborrarnos de fresas grandotas que sólo comíamos en la temporada de verano.



Hemos aprendido a cruzar la calle por donde se debe, conducir como se debe, bajar y subir por donde se debe, a sentarnos en el autobús o ir apretados pero nunca colgando en la puerta, al silencio, a los parques con los columpios puestos, a la basura en los basureros, a la radio mala y sin humor, al acento de Los Simpson, a cargar muchas moneditas en el bolsillo y reírnos solos pensando que rompimos el chanchito.



Hemos aprendido a explicarle al carnicero cuál es el corte de carne que queremos para hacernos un buen puchero. Se nos ha hecho un nudo en la garganta cuando al caminar por una calle lejana un artista callejero tocó y entonó un tanguito.



Hemos sido hormiguitas ahorradoras para organizarnos unas vacaciones en nuestra casa. Nosotros no somos millonarios porque ganemos en dólares, euros o libras, no somos extranjeros porque tengamos doble nacionalidad, no somos sudacas, ni latinos. Somos un montón de gente que se ha jugado… y puso lo que tenía que poner, tanto como en nuestro propio país, pero con las oportunidades que allí no nos jugaban a favor.



Nosotros somos testigos del cambio, porque para poder ver la totalidad de las cosas, hay que tomar distancia. Somos unos nostálgicos permanentes que añoramos el lugar donde nacimos y crecimos, pero el que era cuando nos fuimos… no el de ahora y que ya no reconocemos.



Nosotros somos esos con amigos en todo el mundo, que siempre tenemos visita en casa, que enviamos cosas y pedimos encargos, esos mismos que sufrimos paranoias nocturnas preguntándonos si nuestros seres queridos están en casa sanos y salvos y que aunque estemos pasando un mal momento siempre le decimos a nuestras madres que “estamos bien”.



Nosotros somos los que hacemos reír a nuestros nuevos amigos, los que les decimos que tienen que conocer el mejor país del mundo… pero que por favor, no vayan solos... y siempre mirando... al Sur del Sur.