3 formas de silencio para relacionarse con Dios
Santa Teresa de Calcuta
No podemos entrar inmediatamente en la presencia de Dios sin una experiencia de un silencio interior y exterior. Resulta muy difícil predicar cuando no se sabe cómo hacerlo, pero debemos animarnos a predicar. Para ello, el primer medio que debemos emplear es el silencio.
Las almas consagradas a la predicación son almas que se sumergen en un gran silencio. No podemos entrar inmediatamente en la presencia de Dios, sino a condición de que hagamos la experiencia de un silencio interior y exterior. Por eso, hemos de adoptar como propósito especial el silencio de la mente, de los ojos y de la boca
1.- El silencio de la boca
Este tipo de silencio nos enseñará muchísimas cosas: a hablar con Cristo; a estar alegres en los momentos de desolación; a descubrir muchas cosas prácticas para decir. En los momentos de desolación, Cristo habla por medio de los demás y en la meditación nos habla directamente. Además, el silencio nos asemeja mucho más a Cristo, puesto que Él siente amor especial por esa virtud.
2.- El silencio de los ojos
Guardemos, entonces, el silencio de los ojos, el cual nos ayudará siempre a ver a Dios. Los ojos son como dos ventanas a través de las cuales Cristo y el mundo penetran en nuestro corazón. Muchísimas veces necesitamos un gran valor para tenerlos cerrados. Cuántas veces decimos: "Qué lástima no haber podido mirar aquello", quedamos entonces preocupados por no poder vencer el deseo de mirarlo todo.
3.- El silencio de la mente y del corazón
La Virgen María "conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón". Este silencio la aproximó tanto al Señor, que nunca tuvo que arrepentirse de nada. Mira cual fue su comportamiento al ver la confusión de San José. Una palabra suya hubiera bastado para poner claridad en su mente; con todo, ella prefirió no decir nada y el propio Señor obró el milagro de rescatar su inocencia. ¡No podríamos encontrar un argumento mejor para convencernos de la necesidad de silencio! Creo que así el camino hacia una más profunda unión con Dios se hace clarísimo.
El silencio nos proporciona una visión nueva de todas las cosas. Necesitamos el silencio para poder acercarnos a las almas. Lo más importante no es aquello que decimos, sino aquello que Dios nos dice y lo que dice a través de nosotros. Jesús está siempre pronto a presentársenos en el silencio. En el silencio, nosotros lo escuchamos, Él habla a nuestro espíritu, y nosotros podemos escuchar su voz.
El silencio interior es sumamente difícil, pero tenemos que esforzarnos por pedirlo.
En el silencio hallaremos una nueva energía y una genuina unión con Dios. Su fuerza será nuestra fuerza para poder cumplir bien nuestras tareas, y eso ocurrirá por la unión de nuestro pensamiento con el suyo, por la unión de nuestras acciones con sus acciones, por la unión de nuestra vida con su vida. Todas nuestras palabras serán por completo inútiles a menos que procedan de lo más íntimo de nosotros mismos. Las palabras que no procuran la luz de Cristo no hacen más que aumentar en nosotros la confusión.
Todo esto exigirá mucho sacrificio, pero si efectivamente intentamos orar y queremos sinceramente orar, hemos de estar prontos a hacerlo ahora mismo. Estos son sólo los primeros pasos hacia la plegaria, pero si nos decidimos a darlos con resolución, podremos llegar hasta el último grado: la presencia de Dios.