Saber de dónde vengo y a donde voy

Por Laura Aguilar Ramírez

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En éstos días, estuve viendo algunos videos de un artista.
Me encanta la música mexicana, porque soy mexicana y por lo tanto, me llega al corazón.

Y me encontré con una artista que canta música vernácula (con mariachi) vestida con hermosos vestidos pero que parecen de quinceañera. Sus movimientos al cantar no reflejan lo que la canción dice. Su voz es hermosa, pero carente de buena dicción.

Ví también un jovencito cantando música mexicana con mariachi, vestido como grupero, moviéndose con movimientos estudiados, diciendo palabras aprendidas que alguien le dijo que dijera para lograr una respuesta de las personas.

Ví un hombre vestido de charro, moviéndose como rapero, cantando música que no le nace del corazón rockero que lleva dentro.

¿Y todo porqué? Porque la música mexicana vende. Pero vende cuando viene de un corazón mexicano, que siente la nostalgia, la alegría, el amor de un mexicano.

Recordé a otros artistas que han logrado hacerse escuchar en países que no hablan español, por personas que no saben de nuestra cultura, pero que se entusiasman con nuestros bellos y coloridos vestidos, que se entusiasman con el tono bravío pero al mismo tiempo melancólico, romántico, alegre de nuestra música mexicana.

Nuestra música despliega en una misma canción una amplia gama de emociones que cuando la canta un corazón mexicano es capaz de transmitirlo a otros.

No es bueno hacer comparaciones, pero no pude evitar hacerlas. Traté de encontrar en las canciones tan conocidas mexicanas, la emoción que despierta en uno y no la encontré.
Me parecía escuchar un verso de "Suave patria" a ritmo rapero, en lugar de la emoción con la que fué escrita: un canto melancólico de un alma que evoca el campo, que evoca la limpieza del aire con sonidos campiranos.

Escuché que después de los 40s, la melancolía empieza a aparecer en las personas. No sé qué tan cierto sea, pero no me gustó ver a ésa artista vestida como muñequita de pastel, moviéndose como si estuviera bailando flamenco, cantar la música bravía de nuestra canción mexicana. Es como comer un guiso picoso con sabor a dulce.

Ví también una visita a una conocida ciudad española en Semana Santa. Y éstas personas, se quejaban de las procesiones y la lluvia que cayó. Se quejaban de que su planeada visita a museos y cafés, no saliera como ellos planearon.
Me pregunté  ¿qué esperaban?, ¿que ésa ciudad cambiara sólo porque ellos llegaron?

Esto me lleva a preguntarme si las personas en la actualidad sabemos a dónde vamos. Si no sabemos de dónde venimos, no podremos saber hacia dónde vamos.
Tendremos siempre expectativas que van más allá de lo que los demás pueden ofrecernos.
Nos hará sentirnos infelices, disgustados con nosotros mismos; amargados, con una amargura que nos atrevemos a compartir con los demás, sintiendo que nuestros consejos son los que el mundo necesita.

Alguna vez alguien me dijo que los extranjeros esperan ver al mexicano cuando vienen a México. Es como uno cuando va a Egipto, espera ver egipcios montados en camellos, andar por el desierto para llegar a las pirámides.
O cuando se va a Brasil, esperas ver el caudaloso Río Amazonas, selva, comer comida tropical y disfrutar de la batucada.

Pues cuando llegas a México esperas ver a mexicanos, conocer las pirámides, los volcanes, las playas, comer su comida tan variada y multicolor.

Todo ésto me lleva a la conclusión de que si no sabemos de dónde procedemos, no sabremos hacia dónde vamos. Y viviremos angustiados o amargados.

Cuando sabemos que Dios nos creó, sabremos que nuestro destino final será ir a El. La vida es la oportunidad que tenemos de encontrar el camino hacia El.

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