¿Anticonceptivos? No, gracias


Comentario de Puntadas católicas


Ahora, a mis 55 años de edad, cuando volteo a ver mi vida através de los "lentes de Dios" o sea, la palabra de Jesús ( o para aquellos que no son creyentes, através de la neblina de la lejanía del tiempo) puedo mirar cuántos errores cometí. Y los cometí por no saber tomar la decisión adecuada, por dejarme llevar por opiniones sin razonarlas bien antes.

En el tiempo de mi etapa reproductiva, había mucha información acerca de métodos anticonceptivos, se hablaba de los beneficios de usarlos, se decia que los métodos naturales no eran efectivos y tenían muchas fallas, etc. En base a éso tomé la decisión primero de usar el "dispositivo intrauterino" y posteriormente, ligar mis trompas.
Se decia que con los métodos anticeptivos se podía disfrutar del sexo sin estar sujeto a un tiempo determinado entre uno de los beneficios. Y sin embargo, comprobé más tarde que es una gran mentira.
El desempeño y goce del acto sexual no radica en realizarlo a la hora que se "antoje", sino en el amor con que se realiza.

Y es ahí donde estuvo mi error. En mi concepto de amor.
Amor es entregarlo todo, decían unas románticas calcomanias y es cierto. Pero tal vez tendríamos que definir lo que es "entregarlo todo". Ahora veo la entrega  como el sacrificio de algunos deseos, de mi tiempo, de abstenerme de realizar actos en bien de mi pareja o mi familia.

El entregarlo todo, no es ciertamente el hacer lo que los demás desean por el simple hecho de que lo desean, ni tampoco es eliminar mi personalidad ni mis deseos sólo porque otros lo deciden o desean.

En ése sentido, bien puede abstenerse del acto sexual en determinadas fechas en bien de la mujer (porque los anticonceptivos tienen efectos físicos y psicológicos en la mujer) en bien de los hijos que se tienen o se desean tener o se pueden tener.

El utilizar anticonceptivos va en contra de la naturaleza de la mujer (que desea hijos) como lo dice la palabra "anti" concepción (contra la concepción=evitar la concepción) La mujer desea hijos. El utilizar algo para no tenerlos es como negar su propia naturaleza.
La abstención en cambio, es controlar los ímpetus en bien de todos.

Cuando joven no razoné bien, tal vez porque era lo que todos hacían. Ahora veo los resultados. Tuve a mis hijos por cesárea, porque mi matriz se acostumbró a "flojear", mi carácter cambió, tenía dolores cólicos cuando yo no los tenía antes de usar el dispositivo. Después de mi ligadura de trompas, mi ciclo mestrual varió, mi menopausia se adelantó (se presentó a los 40 y tantos años cuando mi mamá la tuvo cercana a los 60) tuve problemas emocionales.
Además de que al perder una hija y estar ligada, ya no tuve más hijos, a pesar de desearlos. Lo cual me llevó a la depresión al paso de los años.

Si todo ésto lo hubiera sabido antes, seguramente no habría utilizado anticonceptivos ni me hubiera ligado las trompas.
El método natural crea un vínculo más profundo entre los esposos porque entre los dos se ocupan de decidir el momento adecuado para tener un hijo, entre los dos participan del sacrificio de sus deseos en bien de su familia. No es sólo la mujer quien padece por ésto, sino ambos participan, lo cual hace crecer su amor, lo cual va en contra de lo que dicen los que están a favor del uso de anticonceptivos.

A los adolescentes y jovenes les dicen que usen condón y anticonceptivos para no tener "sustos" con un embarazo, cuando en realidad deberíamos enseñarles a administrar su sexualidad, a ser responsables de ella, a cuidarla como algo bello. Es como comer un pastel diario. Llega a ser tan cotidiano que ya no se disfruta. En cambio, si comemos pastel sólo en los cumples o fiestas se disfruta más.

Te comparto un artículo que espero te ayude joven a tomar responsablemente tu sexualidad... y verás cómo puedes realmente disfrutar de ella cuando la sacrificas en bien de tu familia y de tí misma.


Nos inquietan, justamente, los efectos que producen en el clima, en las plantas, en los animales y en nosotros mismos, los miles de gases que salen todos los días de nuestras fábricas. Nos preocupan las consecuencias a corto y largo plazo de los humos que desprenden nuestros coches, camiones o motocicletas.

Pero a veces ponemos poca atención a otras sustancias que se venden y se compran en el mercado, incluso en farmacias “para la salud”, y que pueden implicar consecuencias dañinas para la vida de quienes las consumen.

Curiosamente, entre esas sustancias se han difundido y se siguen difundiendo todo tipo de preparados químicos y hormonales que buscan, simple y sencillamente, evitar que nazcan niños. El mecanismo es sencillo: las mujeres tienen un ciclo hormonal que prepara el propio cuerpo para que, si hay relaciones sexuales, pueda ser concebido un niño. Entonces, si queremos que no nazca un niño, intervenimos sobre este ciclo y sobre partes del cuerpo femenino, y así evitamos el “problema”, un embarazo no deseado.

Al hacer uso de estos instrumentos “médicos” no nos damos cuenta de que vamos contra dos leyes elementales de la biología, que tienen una clara importancia ecológica. La primera: el que haya un embarazo, el que nazca un ser humano, no es algo “malo” a evitar a cualquier precio, sino que es la ley esencial según la cual hemos nacido cada uno de nosotros, y según la cual nacerán hombres y mujeres mientras respetemos los mecanismos que nos han permitido vivir en la tierra durante varios miles de años.

Por lo mismo, frente a la mentalidad que lleva a algunos a ver el embarazo y el nacimiento sucesivo de un ser humano como son una especie de amenaza o como un peligro, habría que volver a descubrir la verdad profunda de la sexualidad: una apertura a la vida que merece, precisamente por lo que vale cada niño, el que las relaciones sexuales se tengan sólo entre quienes se aman hasta el punto de que están dispuestos a convertirse un día en “papá” y “mamá”, es decir, entre los que viven casados con un compromiso sincero y total.

Además, al usar anticonceptivos atentamos a otra ley fundamental de la vida. Muchos grupos ecologistas protestan con pasión cuando se dan cuenta de que estamos comiendo maíz “genéticamente modificado”, es decir, maíz al que le ha sido alterado lo más profundo de sus mecanismos biológicos: su ADN, sus cromosomas.
Protestan, además, cuando se dan cuenta de los peligros que tienen para la atmósfera estos o aquellos gases.
Protestan cuando amenazamos la supervivencia de animales o plantas que nos gustaría fuesen nuestros compañeros de camino en los siglos o milenios que vaya a durar la vida humana en la tierra.

Pues bien, los ecologistas deberían protestar cuando metemos en la mujer (o en el hombre: quizá algún día lleguen a existir anticonceptivos químicos y hormonales para hombres) sustancias que buscan solamente que las cosas no funcionen bien, es decir, que el ciclo de las hormonas, que tiene un ritmo natural de regulación, sea alterado de un modo brutal por medio de píldoras o de otros productos farmacéuticos, para evitar el que pueda producirse un embarazo.

Actuar así implica hacer una violencia sobre el cuerpo femenino cuyas consecuencias sólo podrán ser descubiertas a largo plazo, pero que ya ahora nos permiten intuir que algo no va bien en el recurso a estos sistemas de “prevención”.

La verdad es que ya la naturaleza ha pensado, desde hace milenios, las maneras y los modos de regular los nacimientos humanos. El ciclo de fertilidad de la mujer está “organizado” de tal modo que cada mes hay pocos días potencialmente fecundos, y no siempre coinciden las relaciones sexuales entre los esposos con esos días de fecundidad.

Es por eso que se dan casos de parejas sanas fisiológicamente que no llegan a tener hijos por periodos largos de tiempo, incluso deseándolos, porque no han descubierto a fondo el ciclo femenino. E
s por eso que ha habido parejas que han podido tener una abundante prole (casos de esposos con 20 hijos...) porque las relaciones coincidieron precisamente con esos días fecundos.

Es por eso que otras parejas, a partir del conocimiento de las señales de fecundidad de la esposa, logran “programar”, en el máximo respeto de la mujer y de su sistema natural e integridad psicológica y hormonal, los nacimientos en los momentos mejores para todos (padres e hijos), cuando existen serios motivos para actuar de esa manera.

La defensa de los valores ecológicos no puede dejar de lado esta conquista fundamental del valor del cuerpo femenino.
La fertilidad no es ni puede ser vista como una enfermedad. Iniciar el embarazo, acoger a un hijo, no es lo mismo que tener un parásito que provoca la malaria.

Por lo mismo, conviene superar una mentalidad, muchas veces contraria a la misma dignidad de la mujer y del hombre, que ha promovido el uso de los anticonceptivos, para sustituirla con otra que promueva una visión más responsable de la sexualidad humana y un mayor respeto a la esposa y al esposo en su integridad y riquezas biológicas, desde las cuales pueden llegar a ser madre y padre de nuevos seres humanos.