Fernando Pascual, L.C. |
Los experimentos que activan óvulos a través de diversas técnicas suscitan una marea de dudas: ¿fue clonación? ¿Se obtuvo un embrión humano? ¿No se consiguió un embrión, sino algo parecido?
Son varios los motivos de tales dudas. Por un lado, la misma complejidad de algunos experimentos. Por otro, la difícil frontera que separa a la filosofía y a la ciencia a la hora de definir la frontera que separa al óvulo del zigoto formado tras la activación. Además, no hay que olvidarlo, existen intereses económicos y de otro tipo que buscan avanzar en este tipo de experimentos y que intentan conseguir una opinión pública serena o, al menos, confundida.
Por eso, frente a la confusión que puede haber ante este tipo de experimentos, no basta con empezar discusiones en las que al final no se sabe exactamente qué ha ocurrido: ¿hubo o no hubo clonación humana? ¿Fueron producidos en el laboratorio embriones humanos y luego destruidos para extraer de los mismos células madre embrionarias?
Hay que ir más allá de las dudas para dejar claras algunas certezas.
La primera certeza es que nunca será correcto usar y destruir una vida humana, aunque a raíz de tal uso se obtenga la curación de otro ser humano o un progreso científico.
La segunda certeza es que todo experimento que implique activación de óvulos con dudas sobre su resultado (¿fue o no fue un embrión humano?) va contra el respeto a la ética y a la justicia. No se puede jugar con la duda cuando está en juego una realidad que podría ser un nuevo ser humano, un hijo producido en laboratorio.
La tercera certeza es que nunca deben ser producidos seres humanos en laboratorio, porque tal producción supone no respetarlos en su dignidad y porque pone en serio peligro su propia existencia.
Desde luego, cada una de esas certezas se construye sobre otra mucho más compleja y difícil de probar: la que admite que en todo ser humano existe un alma espiritual que funda su valor intrínseco. Sin esa certeza corremos el peligro no sólo de no respetar a los embriones, sino tampoco a los adultos, que tienen dignidad no por lo que hacen, sino simplemente por poseer un alma espiritual.
Es importante recordar estas certezas ante las noticias que llegan y que pasan sobre posibles clonaciones humanas. No sólo para detener una “hybris” (un exceso, un abuso) de quienes tienen medios técnicos y saberes muy poderosos, sino para enseñar a quienes trabajan en los laboratorios que con su ciencia y sus aparatos están llamados no a destruir, sino a servir y respetar la vida de cualquier ser humano desde el mismo momento de su concepción.