La apoteosis de la intolerancia

Alfonso Aguiló
www.interrogantes.net

Pero lo peor es que esos alarmismos demográficos han solido traer consigo políticas inhumanas, de intolerancia flagrante, de tremenda coerción y de graves violaciones de los derechos humanos. Y, desgraciadamente, no han sido casos aislados.

Por ejemplo, el gobierno indio ha llevado a cabo durante años extensos programas de esterilizaciones masivas de ciudadanos, en muchos casos mediante engaño o violencia. En China, esas campañas han sido aún más masivas e intimidatorias, ejerciendo sobre los matrimonios una presión enorme y a menudo brutal para limitar la descendencia familiar a un solo hijo por familia.

Esos programas son ejemplos extremos de violaciones de derechos humanos que, en nombre del control de la población, se cometen y han cometido en tantos países. Pero lo más doloroso –se lamentaba Karl Zinsmeister–, es que las autoridades internacionales hagan apologías públicas de esa clase de políticas inhumanas: es triste que cuando la ONU entregó por primera vez el premio de planificación familiar, los ganadores fueran precisamente los directores de los programas indio y chino.

Resulta seriamente preocupante la grave intolerancia que demuestran quienes violentan las raíces culturales milenarias de esos pueblos promoviendo semejantes campañas antinatalistas.

Como decía Chesterton, con este tipo de políticas se acaba desdibujando la diferencia entre animales y seres humanos, y se acaba tratando a seres humanos pobres como si no fueran más que estorbos económicos, sociales o ecológicos. Como si fueran una nueva especie de contaminación que es preciso eliminar.

Tiene razón Julián Marías al advertir que quienes piensan así reducen lo humano casi a la zoología. Ven a la mujer embarazada como una simple hembra preñada, y actúan como si buscaran anular la libertad de toda una parte de la humanidad a la que consideran carente de responsabilidad.

El testimonio de la historia
—Pero parece que el crecimiento demográfico actual es una seria amenaza para el desarrollo y el futuro de nuestro planeta, tanto por la escasez de recursos naturales como por el deterioro ambiental.
Ya hemos visto que los datos no son tan alarmantes. Cualquier experto en economía agraria sabe bien que la dieta alimenticia de la población mundial no ha parado de crecer en los últimos cincuenta años. Y quienes estudian la economía de los recursos naturales saben que todos los recursos son cada vez más accesibles, en lugar de más escasos, como lo demuestra el descenso de los precios de todos ellos a lo largo de décadas y siglos.
—Bien, pero se dice que el aumento de población de una sociedad reduce el ahorro, impide la inversión, disminuye las posibilidades educativas y es la causa fundamental del hambre en el mundo.
Ninguna de esas afirmaciones sobre el aumento de la población parece avalada por la historia:
· Los costes de los recursos naturales han ido disminuyendo a largo plazo en todos los casos, salvo alguna excepción temporal. Es decir, ha crecido siempre la disponibilidad de materias primas. Por ejemplo, el precio actual del cobre –en función de los salarios de cada época– es aproximadamente una décima parte del que tenía en el siglo XVIII, la centésima parte que durante el Imperio Romano, y la milésima parte que en Babilonia hace 4000 años.
· Los productos elaborados (bolígrafos, camisas, neumáticos, etc.) son cada vez más baratos, porque cada vez sabemos producir más y a menor coste.
· El incremento de productividad por unidad de superficie agraria ha crecido muchísimo más rápido que la población, y hay serias razones para pensar que esta tendencia continuará. Por tanto, hay cada vez menos motivos para preocuparse por la disponibilidad de tierra cultivable: aumenta el número de cosechas al año, aumentan los rendimientos por hectárea gracias a las mejoras en los métodos de cultivo y los fertilizantes, y aumenta también la superficie por la puesta en cultivo de nuevas tierras y por la recuperación de tierras abandonadas.
· Sólo hay un recurso importante que parece haber empezado a decrecer, y es el más importante: el ser humano. Ahora hay más gente que nunca en el planeta. Pero si midiéramos la escasez de seres humanos de la misma manera que medimos la escasez de otros bienes económicos, vemos que los salarios no han hecho más que subir en todo el mundo, en los países pobres y en los ricos. La cantidad que hay que pagar a un peluquero o un cocinero o un economista ha subido en la India igual que en Estados Unidos. Este incremento de los precios es una clara muestra de que las personas son cada vez más escasas, aunque seamos más.
Todas las predicciones de los alarmistas han resultado claramente erróneas. Los metales, los alimentos y demás recursos naturales son ahora más accesibles, en vez de más escasos, como se predecía. Los expertos concuerdan en que las grandes hambrunas han sido,
casi sin excepción, consecuencia de conflictos civiles y de desórdenes políticos y económicos.

Los problemas del Tercer Mundo sólo pueden resolverse mediante la solidaridad internacional y la solución de los problemas internos de esos países: mala política y administración, corrupción, guerras, etc. Es ahí donde hay que ayudarles.