La moraleja del japonés

Carolina López de Garza


Un noticiero de televisión transmitió un reportaje que nos dejó una gran moraleja. Las imágenes de un reportero sorprendido al entrevistar a un japonés en medio de los escombros. El panorama lucía desolador, similar al de una zona de guerra, y sin embargo el japonés sonreía.

“¿Y cómo se las arreglará?”, le preguntó el periodista mientras caminaban sobre pedazos de maderas y restos de viviendas. “Me dice la gente que las cosas se han complicado, que hay escasez de alimentos, de agua”
El japonés lo seguía sin dejar de sonreír. Y cuando el reportero le dio el micrófono, respondió: “Sí, en realidad me quedé sin casa, sin vecindario y eso podría parecer una desgracia, pero no lo es, porque pude rescatar a mi hijo. Mi casa la puedo reconstruir, pero la vida de mi hijo no.

Si usted, como yo, sigue conmovido y preocupado por el terremoto, el tsunami y la crisis nuclear que golpeó a Japón y causó la muerte de miles de personas, lo invito a reflexionar en el otro terremoto, el que desde hace tiempo sacude y confunde a niños y jóvenes.

Me refiero al terremoto cultural, al que afecta a la sociedad con nuevas palabras, nuevos paradigmas, valores, normas y estilos de vida.
Lo grave de este sismo es que no se detiene y toma cada día más fuerza a través de los medios impresos y electrónicos. En especial de la televisión, revistas, películas, internet, en fin. Por ahí se cuelan y fomentan todas las novedades “culturales”, sin analizar cuál es su origen y sus implicaciones, qué conceptos manejan y cómo se manifiestan en el mundo.

En México y en diversos países del mundo una de las múltiples manifestaciones de este terremoto cultural es la creciente generación de chavos “cool”, es decir, de chicos rebeldes que nunca toman responsabilidades ni son capaces de elegir. Jóvenes que se caracterizan por apelar muy seguido a sus derechos pero no conocen ninguno de sus deberes, y viven como si no existieran límites y la vida fuera una aventura.
¿Cuántos personajes de la televisión y de la música fomentan este tipo de vida llena de excesos, sin compromisos ni obligaciones?

Qué tal si comenzamos con Charlie Sheen, ¿le suena? El hombre que ha sido noticia a nivel mundial en las últimas semanas por excederse en drogas, alcohol e insultos a quienes lo hicieron rico y famoso, y esto lo llevó a perder a su familia y su trabajo.
El actor es de las “estrellas” mejor pagadas en Hollywood, ganador del Globo de Oro, el Emmy y otros premios, y protagonista de una de las series norteamericanas más populares.
Millones de dólares ha ganado Sheen por representar el papel de un soltero egoísta, irresponsable y hedonista que considera a las mujeres un objeto sexual y las cambia como si fueran cartas. Todo esto frente a su sobrino adolescente que vive en su casa.

Podemos seguir con Lady Gaga, considerada hoy por hoy de las artistas más influyentes de la industria musical a nivel mundial. Con sus locuras y delirios también esta mujer atrae cada vez más al público juvenil. Su imagen provocativa y rebelde en donde aparece en los escenarios embarrada de pintura roja por el cuerpo e invitando a los jóvenes a no apenarse de hacer lo que quieran, tiene cautivados a millones.
Sepa usted que a su reciente espectáculo en San Antonio, Texas, asistieron adolescentes y niños a pesar de que su show incluye incitar a los hombres a quitarse la ropa y cosas peores.

La lista de los personajes “cool” más seguidos por la juventud es interminable.
Por eso la moraleja del japonés es muy oportuna. Mientras el reportero no podía entender por qué sonreía cuando había perdido su casa, el hombre sólo pensaba en la alegría de haber rescatado a su hijo del terremoto.

¿Lograremos nosotros rescatar a los nuestros del terremoto “cultural”? Estamos a tiempo de realizar un ejercicio de discernimiento ante esta nueva cultura que nos afecta a todos, sobre todo a niños y jóvenes.

Por lo pronto hay que saber dialogar con ellos y formarnos para hacerlo, y así ayudarlos a discernir entre lo bueno y lo malo, a ser críticos con los programas que ven y la información que reciben, y de pasada serlo nosotros también.